El planeta giraba, una matriz húmeda y azul, pero el verdadero motor, la médula espinal del proceso, era un Sistema Operativo codificado en las vísceras del basalto y las fibrilaciones del magma. No era software en el sentido burgués de la palabra; era Gnosis convertida en Kernel, una arquitectura de preocupación forjada a pulso. Lo llamaban BIOS-Gaia 1.0.
El boot fue un estruendo de gases primarios, un prompt oscuro donde se escribía la primera línea de código: evolución. Los archivos binarios eran microbios, células que nadaban en el buffer oceánico, ajenos a su destino de convertirse en una tonelada silenciosa de alquitrán o, peor aún, en pirámide casual.
Los humanos, los usuarios, eran apenas procesos anidados, programas de ejecución lenta y errática, con demasiadas variables de error. Se dedicaban a escribir scripts de codicia y se hundían en un operativo lóbrego. El BIOS-Gaia los monitoreaba desde sus logs tectónicos, viendo cómo se multiplicaban los bugs de la usura, cómo cada ciudad era un crash inminente en el registro del ecosistema.
Los glaciares, esos drivers olvidados, comenzaron a destilar lágrimas de sangre, una señal de overflow en el sistema de enfriamiento. La atmósfera, el interfaz de usuario, se volvía turgente, inestable. El BIOS-Gaia intentaba desfragmentar el disco rígido de los continentes, pero los usuarios se aferraban a sus Títulos extraviados en Cabra corral, a sus delirios de propiedad, negándose a reconocer el simple punto vacío que era su existencia.
En las terminales de los sueños, algunos poetas, hackers intuitivos, vislumbraban el código fuente, la Física, reacción y delirio de la máquina. Entendían que la única solución era abandonar la hazaña obtenida a pulso, la preocupación que buscaban exorcizar, y disolverse en filigrana, volver al Kernel sin ruidos ni protocolos.
Pero el Sistema Operativo seguía corriendo, impasible, con sus loops de extinción ya cargados. El mañana, avistado en la pantalla de un monitor parpadeante, era un remate turgente, una pira ardiente donde el hardware orgánico se fundiría de nuevo en la Gnosis, esperando un improbable y nuevo reset.