El pobre de Don Evaristo, un ex contable jubilado con el alma tan pulcra como sus balances de 1983, cayó en la grieta digital de la manera más inesperada: a través de la serifa.
Al principio era inocente. Reenviaba esos memes de buenos días a sus contactos con la tipografía por defecto de su smartphone. Pero un día, un amigo le envió un mensaje de cumpleaños usando la fuente Comic Sans. Aquello fue un trauma, un quiebre moral y estético. Evaristo, sin saberlo, había activado la compuerta de la neurosis tipográfica.
"El contenido es una ilusión, César," me dijo una tarde, sosteniendo su taza de té con el pulgar tembloroso. "La verdadera tragedia de nuestra época no es la mentira, sino que la verdad sea comunicada en una fuente que parece un garabato de jardín de infantes. ¿Cómo se puede hablar de la eternidad usando Papyrus?"
Su mal hábito no fue enviar mensajes, sino revisarlos sin cesar para cambiarlos de fuente. El mensaje de texto se había convertido en un campo de batalla estilístico.
Enviaba:
Llegaré a las 3. (En Times New Roman, por la seriedad del horario.)
Luego, a los dos minutos, se arrepentía, lo borraba y lo reenviaba:
Llegaré a las 3. (En Garamond, para añadir un toque de melancolía literaria a la espera.)
Y finalmente, en un ataque de pánico digital, lo modificaba por tercera vez, justo antes de que el mensaje entrara al teléfono de su destinatario:
Llegaré a las 3. (En Helvetica Neue Black, para que el mensaje no pudiese ser ignorado bajo ningún concepto. La fuerza bruta de la geometría.)
Llegó un punto de no retorno: Evaristo dejó de responder a los mensajes que no consideraba dignos de su colección de fuentes. Un sticker de WhatsApp le provocaba escalofríos. Si alguien le enviaba una nota de voz, se negaba a escucharla, argumentando que una voz sin la arquitectura de un buen diseño tipográfico era, esencialmente, ruido amorfo.
Su obsesión se volvió filosófica. Empezó a creer que cada fuente contenía una personalidad propia, maligna o benéfica.
"Mire, César. La Arial es el nihilismo. La ausencia de carácter. El vacío de la burocracia. En cambio, la Futura... ¡Ah, la Futura! Es la esperanza geométrica. Es un mundo donde la línea recta tiene moralidad."
La locura se concretó cuando intentó aplicar su filtro tipográfico al mundo real. Intentó convencer al panadero de que el cartel de precios en Brush Script era una ofensa al pan de campo. Mandó una carta anónima al municipio exigiendo que el nombre de la calle fuera grabado con Trajan.
El final de Evaristo fue, como todo en Aira, ridículo y definitivo. Estaba tan absorto diseñando mentalmente la fuente ideal para su propia lápida –algo que fuera un cruce imposible entre la calidez de la Bodoni y la seriedad de una Franklin Gothic– que, al cruzar la calle, no vio el autobús. La última imagen que tuvo, según el relato de un testigo, fue la palabra "CUIDADO" impresa en la parte trasera del vehículo. El detalle cruel: estaba en una espantosa Cooper Black, una fuente que Evaristo detestaba con fervor casi religioso.
Murió, pues, por la imposibilidad de aplicar su corrector estilístico a la realidad.