"Unum" era la red social. Una palabra. Solo una.
El feed era un desierto de monosílabos.
"Hambre." "Gris." "Espera."
Millones de almas destilando su existencia en un solo vocablo. Había usuarios que llevaban años con el mismo mensaje, anclados a su mantra: "Dolor." Otros rotaban su palabra cada amanecer, buscando la expresión perfecta de la volatilidad: "Prisa," "Vuelo," "Quizá."
El algoritmo premiaba la Permanencia. Cuanto más tiempo mantuvieras tu palabra, más peso visual ganaba, su fuente se hacía más audaz, casi tridimensional.
Ella, "Esa", llevaba una década sin cambiar. Su palabra brillaba en el centro de la pantalla global, una estrella de neutrones verbal, un faro ciego que atraía la mirada de todos.
Su palabra era... "Tú."
Nadie sabía a quién se refería, si era un pronombre, un lamento o una súplica.
Él, "Nadie", apareció un martes. Subió su única palabra.
El feed global se congeló.
Frente al imponente "Tú" de Esa, la palabra de Nadie era minúscula y nueva. Pero por primera vez, las dos palabras aparecieron una junto a la otra.
La palabra de Nadie era: "Yo."
Y en el silencio digital de Unum, dos letras se tocaron por fin.