"Unum" era la red social. Una palabra. Solo una.
Para interactuar, usabas el Hapticón, un casco ligero que proyectaba la palabra del usuario flotando a veinte metros de altura, y que transmitía la "fuerza" de esa palabra como una presión suave o un leve calor en la piel.
El feed global era un cielo atestado de espectros verbales. Las palabras nuevas eran como susurros frescos, apenas un cosquilleo háptico.
"Caos." (Una vibración rápida y fría). "Calma." (Una presión suave y cálida en la frente). "Furia." (Un zumbido intenso en el pecho).
Millones de almas destilando su existencia en un solo vocablo. El algoritmo premiaba la Permanencia. Cuanto más tiempo mantuvieras tu palabra, más grande era su proyección visual y más fuerte su resonancia háptica.
Ella, "Esa", llevaba una década sin cambiar. Su palabra brillaba en el centro del cielo virtual, un sol de significado que irradiaba una sensación de expectativa constante. La gente se acercaba solo para sentir su vibración.
Su palabra era: "Tú."
Era una palabra tan fuerte que proyectaba una luz propia, y su resonancia hacía que los usuarios cercanos sintieran el latido de su propio corazón amplificado. Nadie sabía a quién se refería, si era un pronombre, un lamento o una súplica.
Él, "Nadie", apareció un martes. Subió su única palabra.
El cielo de Unum se detuvo.
Frente al imponente "Tú" de Esa, que irradiaba su cálida expectativa, la palabra de Nadie era una proyección pequeña y nueva, y su efecto háptico era un tímido y primerizo pellizco. Pero por primera vez, el algoritmo las colocó juntas, frente a frente.
La palabra de Nadie era: "Yo."
Y en ese instante, el Hapticón transmitió una nueva sensación al mundo: el suave y reconfortante acople háptico de "Tú" resonando perfectamente con "Yo," creando una única y profunda ola de calor que se propagó por todos los usuarios conectados.